Uno de los retos más grandes e inesperados de la vida es superar y sobrellevar la muerte de un familiar o amigo cercano. Además de ser algo impactante y doloroso, definitivamente nadie está preparado para eso.

A mí me pasó y me costó mucho manejarlo. Hace unos años, mi mejor amigo y yo habíamos quedado de juntarnos un fin de semana y lo llamé el viernes por la noche para ponernos de acuerdo en la hora y el lugar.

Apenas hablamos porque él había salido a bailar y se escuchaba demasiado ruido. Prometió que me llamaría cuando regresara a su casa y colgamos.

Yo no soy de insistir y tampoco de presentimientos, pero ese día, algo me hizo que lo llamara una y otra vez hasta que me respondió. Recuerdo que era casi media noche cuando por fin contestó el celular y me dijo que ya iba de regreso a su casa. Él no manejaba, pero se había encontrado a un amigo en la fiesta y se había ofrecido a darle jalón.

Parecía que no se habían visto desde hacía rato porque mi amigo parecía estar muy emocionado y con ganas de ponerse al día con el otro chavo. Quedamos que pasaría a mi casa al siguiente día después de almuerzo y estábamos a punto de colgar cuando escuché a mi amigo gritando y muchos ruidos.

Apenas estaba procesando lo que pasaba cuando se perdió la señal del teléfono.

Le marqué muchas veces, pero las llamadas no entraban. Era de madrugada, no sabía qué hacer, no sabía nada de la persona con la que estaba ni cómo contactarlo y tampoco quise despertar a nuestros amigos en común ni a mis papás porque no iban a poder ayudarme.

Después de eso, pensaba en todas las cosas que pudieron haber pasado e intentaba calmarme, pero mis esfuerzos fueron inútiles. No recuerdo qué hora era exactamente, pero en las primeras horas de la mañana recibí una llamada. Mi temor más grande se hizo realidad. Un amigo en común me dio la noticia: mi mejor amigo había tenido un accidente y estaba grave.

Estaba en las vueltas de averiguar en qué hospital estaba, si podía recibir visitas y en qué horario cuando me volvieron a llamar. Los golpes habían sido muy fuertes y mi amigo falleció.

Sinceramente, en ese momento sentí cómo se desmoronaba algo dentro de mí. A partir de eso apagué mi celular y me encerré en mi cuarto. A pesar de que mis papás insistieron, no quise ir al velorio ni al entierro porque no quería enfrentarme a la realidad y tampoco quería ponerme muy mal frente a mi familia ni de la de mi amigo Roberto. En vez de darles consuelo, seguramente los contagiaría con mi malestar y cuando me siento mal, no me gusta que me abracen porque la mayoría de veces, en vez de sentirme reconfortada, me dan ganas de llorar más.

Después de lo sucedido me la pasaba encerrada en mi cuarto, lloraba mucho y me dio por juntar todo lo que me recordaba a mi amigo en una caja. Al final tenía discos, entradas de conciertos, fotos y muchas cosas más. No dormía bien y se me fue el apetito.

Mis papás y mi hermano empezaron a preocuparse y hacían todo lo posible para que saliera de mi cuarto y de la casa, pero como estaba de vacaciones del colegio realmente no estaba obligada a ir ningún lado.

No comentaban nada de lo que había pasado, pero yo sabía que ellos tenían claro qué me pasaba. Al final me hablaron entre todos y me hicieron comprender que era normal que me sintiera triste, pero que tampoco podía deprimirme así.

Poco a poco empecé a volver a la normalidad y ahora lo recuerdo por todo lo bueno que pasamos juntos y lo importante que fue su amistad para mí. Nunca quise averiguar exactamente qué fue lo que sucedió, pero entiendo que las cosas pasan por algo y que yo no hubiera podido hacer nada para detenerlo.

El licenciado en psicología Jorge Illescas asegura que todas las personas tienen su propio ritmo para resolver sus duelos. Sin embargo, no debemos esperar a que la situación se salga de control: si hay un sentimiento de profunda tristeza que está afectando nuestra vida cotidiana, relaciones interpersonales, nuestros estudios y otros aspectos de nuestra vida, debemos buscar la ayuda de un psicólogo lo antes posible.

Si vos estás pasando por esto lo mejor que podés hacer es expresar cómo te sentís. Es normal que estés triste por la pérdida de un ser querido, pero ahogarte entre tus sentimientos y aislarte no ayudará de nada. Tu familia y amigos han estado a tu lado siempre y en esta ocasión, seguramente también están dispuestos a ser tu soporte. Además, podés buscar la ayuda de un experto en psicología, unirte a un grupo de apoyo para enfrentar tu duelo o hablar con tu consejero escolar o guía espiritual.  No tenés que lidiar con tus sentimientos o tu dolor vos sol@.

 

Fuente: licenciado en psicología clínica Jorge Illescas, jorgearsmagna@gmail.com